El profeta venido de Nigeria

Por Alfredo Boccia Paz galiboc@tigo.com.py

Aprendí a respetar las creencias de la gente. Suelo observar en silencio a la legión de crédulos que confía en milagreros, santones, gurús de autoayuda y todo tipo de predicadores estrafalarios. Hay gente para todo y la nuestra es espléndidamente receptiva para los timos de la charlatanería.

Cuando se anunció la visita del profeta TB Joshua supe que sería un éxito. Lo comprobé cuando vi las imágenes del bizarro recibimiento que tuvo en el aeropuerto, donde lo esperaba una multitud con carteles y gritos histéricos que superaba a la que se convocó para festejar la llegada de Ramsés y Nefertari unos días atrás. El nigeriano repartía bendiciones mientras jovencitas folclóricamente ataviadas bailaban polcas con unos cántaros sobre la cabeza al son de una banda típica.

Por eso, tampoco tengo dudas de que logrará llenar el estadio Defensores del Chaco, donde este fin de semana no habrá fútbol sino un apasionante espectáculo de expulsión de demonios, procedimiento que, como es sabido requiere desmayos, contorsiones y convulsiones que refuerzan la evidencia del incontenible poder espiritual del profeta Joshua. Hasta ahí, como dije, todo bien. Lo que me pareció un poco kachiãi es el milagro que dio origen a toda esta historia.

Según el relato del diputado Bernardo Villalba, él estuvo en una de las funciones del citado profeta y, en un momento dado, el mismo le preguntó qué enfermedad padecía. Algo compungido por decepcionar al predicador, el diputado contestó: «Que yo sepa, estoy sano». Entonces Joshua le tocó la barriga e inquirió: «¿Duerme usted bien? Villalba respondió «La verdad que no tanto». Entonces el profeta sentenció algo así como «¿Vio que tiene un problema? Eso le puede dañar la salud en el futuro». El parlamentario concepcionero consideró que esto calificaba como un prodigio equiparable a un milagro y decidió que debía traerlo a nuestro país.

Pero lo que es definitivamente un exceso es que haya conseguido, además, que una amplia mayoría de los diputados le otorgue la Orden Nacional del Mérito Comuneros, condecoración reservada para ciudadanos que hayan realizado aportes trascendentes en lo artístico, científico o deportivo. Y que, además, la Junta Municipal de Asunción lo nombre ciudadano ilustre. Exceso no es la palabra correcta, es un disparate solo imaginable en una republiqueta en la que sus representantes, a los que se les paga un muy buen sueldo, ni siquiera se percatan de los límites del ridículo.

El profeta que cura el cáncer y el sida –aunque en su país existen 3,4 millones de personas portadoras del HIV–, que predice el futuro –aunque haya augurado la victoria electoral de Hillary Clinton– y que reparte agua bendita para proteger a sus fieles –aunque hace tres años murieran más de cien de ellos al derrumbarse uno de sus templos– debe estar sorprendido por la generosidad de este pueblo. Y en eso coincido con él. Es demasiado.

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